sábado, 5 de abril de 2008

Llegó de noche al pueblo donde años atrás se habían
encontrado. Era tarde y hacía frío. Decidió entonces
ir en su búsqueda al día siguiente. ¿Cómo estará?...
Se desprendió de sus aperos, se tendió en la cama
y, como acariciando un pequeño tesoro, abrió
el cuaderno donde estaban los poemas que en las
tardes leían mirando las puestas de sol.
A ratos detenía la lectura y recordaba sus paseos por
inexpugnables bosques donde las ramas, como guardias
celosos de los secretos de la selva, dificultaban el acceso.
Arboles frondosos cuidaban de las sombras, pero intrépidos
rayos de sol les iluminaban el camino. Y las lianas.
Columpiarse como niños y volar como pájarillos que se
han arrancado del nido. De pronto, las espactaculares
rompientes bañadas por las olas cuyo rocío les llegaba
hasta su rostro dibujando en sus ojos lágrimas de
fascinación.
Y otra vez leía. "El vaso roto"; "Farewell"; "Reír
llorando" y más...
Era tarde, el ardiente calor de las brazas la envolvió
en dulce sopor y se quedó dormida.
Cuando despertó ya había aclarado, afuera había
niebla; de esa gris que, a veces, hiela el alma.
Se vistió, fue hasta la cocina y le pidió a la tierna
vieja, dueña de la posada, un café humeante y
tostadas con mantequilla.
¿Qué hace por estos lados? Preguntó la vieja.
Vengo a buscar un recuerdo. Sin entender, la
vieja le aconsejó que se abrigara, porque hacía
mucho frío y que quizás el sol alumbraría al
medio día.
Siguiendo el consejo, por el camino de tierra
solo sus ojos estaban descubiertos. Bototos,
gorro de lana, pantalones, chalecos, bufanda y
un poncho; casi le costaba caminar.
¿Cómo estará? Se preguntaba. Se veía poca gente.
La ansiedad la apresaba. Los recuerdos embriagaban
su mente. Así creyó verlo cuando un hombre venía
en sentido contrario. Se detuvo, como petrificada
lo miró fijo... él, extrañado, se dió cuenta de que
ella no era del lugar y le preguntó si buscaba algo.
Confundida, medio avergonzada, murmuró: es que
no me acuerdo dónde esta la copa de agua del pueblo.
Siguió su camino. Entró a la iglesia, fue a la plaza,
recorrió calles tantas veces transitadas en su compañía,
mirando negocitos de pueblo que mostraban curiosidades
de la zona. Llegó hasta los cerros que habían acariciado
en sus paseos.
En todo esto había pasado el día. Infructuoso. Se había
despejado, tal como fue el pronóstico de la dulce vieja.
Ahora estaba cansada, tenía hambre y sed. Entró a un
negocio, uno de esos donde venden de todo. Compró
algo para comer y un jugo para la sed. Resolvió ir a la
playa a refescarse. Allí se sentó en la arena, se sacó los
bototos, se dobló los pantalones, esperando que las olas
jugaran con sus pies.
En eso estaba cuando vió venir a un muchachito de
rizado, largo y desordenado cabello con el que habían
entonado canciones mientras él tocaba su guitarra.
Con la guitarra muda y en silerncio se sentó a su
lado. Por largo rato la miró fijamente y así le contó
todo.

11 comentarios:

Adolfo Calatayu dijo...

Querida amiga: yo también,ya lo sabés,voy buscando un recuerdo o varios de mi pasado reciente,los recupero pero brevemente.
Que fútil y destinada al fracaso tal tarea.
Tu narración es fabulosa,me recordó "La educación sentimental", lo leíste?
Siempre tus escritos son geniales...
Un cariño inmenso

difusa dijo...

Agil y entretenido tu cuento, felicitaciones! Lo disfute.

EL INSTIGADOR dijo...

A veces pasan cosas estupendas. Leí tu comentario y encontré esta delicia. Ficción y fantasía en una prosa delicada y preciosa. No sólo te seguiré, sino que con tu permiso te recomendaré en mi blog.

Saludos

Enrique de Santiago dijo...

Mi estimada amiga, que delicado relato, ya que este evocó en mí, tantas atmósferas, olores, y sensaciones.
Un buen relato, como siempre, y esperando que tus entregas sean mas periodicas, para así disfrutarlas.
Un abrazo

Anónimo dijo...

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Camino del sur Pilar Obreque B dijo...

Querida Luciérnaga, que lindo que escribes, transmites sensaciones eso me encanta uno se transporta.

Saludos de bicha sureña

Lena dijo...

Hasta pude visualizar el pueblo con su plaza...

saludos,

markín dijo...

En el tiempo, anhelo tirar mis pasos por un pueblo que siempre está en mi mente, uno de esos lugares en que uno queda encandilado.

Pienso en el ojo de agua termal que cai en la plaza... en los cántaros, sus celebraciones, además de su lluvia torrencial.

Un pueblo de 4 calles, al que anhelo volver. Quizá no cerca del mar, pero sí, cerca del cielo.
Chau.

Adolfo Calatayu dijo...

Solo pasé para verte y dejarte un cariño grande. Bbbbrrrrr,qué frío.
Besitos

fgiucich dijo...

Desandar el camino es, a veces, peligroso y, otras, tremendamente necesario. Abrazos.

mahiakeff dijo...

¿Encendiendo las turbinas?