jueves, 17 de abril de 2008

El Sábado pasado tuvimos una reunión con
las compañeras del colegio. Liceo número 1
de niñas "Javiera Carrera". Hacia como un año
que no nos juntábamos. Volvimos a recordar
los agradables tiempos que pasamos cuando
estudiábamos. Se hizo en Chicureo donde
una de ellas tiene una tremenda casa en una
parcela muy bien cuidada. Pero hay de todo,
algunas casi pobres y otras "medio pelo". Sin
embargo estas diferencias no se sienten en el
ambiente. Impera la madurez.
Era un curso de buenas alumnas en general,
pero muy desordenadas. No de mala conducta.
Nos reímos mucho acordándonos de la vez que
pusimos un despertador, calculando que sonara
justo, cuando alguién estuviera leyendo Ivanhoe,
en la parte que dice " ...the signal was given". Y así
fue. Nos castigaron, dejándonos una hora después
de clases en el colegio.
Estuvimos de acuerdo en que la vida se encarga
de cobrar estas cosas. Ocurre cuando del colegio
de los hijos llaman a los apoderados por desór-
denes de los niños.
Por otro lado, nos dió mucha tristeza la ausencia
de una compañera que falleció en Marzo de este
año. Contaron que el marido había partido en
Noviembre del año pasado y que ella ya no quería
vivir más. Increíble que en pleno siglo XXI alguién
muera de amor. Una de nosotras dijo que era de
pena. Creo que para el caso es lo mismo.
Mariela, llevó fotos de la época del colegio. Ufff !
De repente era terrible. Los cambios...
Bueno, fue una agradable velada. En la tarde de
nuestras vidas volvimos a reír como en plena
adolescencia.

sábado, 5 de abril de 2008

Llegó de noche al pueblo donde años atrás se habían
encontrado. Era tarde y hacía frío. Decidió entonces
ir en su búsqueda al día siguiente. ¿Cómo estará?...
Se desprendió de sus aperos, se tendió en la cama
y, como acariciando un pequeño tesoro, abrió
el cuaderno donde estaban los poemas que en las
tardes leían mirando las puestas de sol.
A ratos detenía la lectura y recordaba sus paseos por
inexpugnables bosques donde las ramas, como guardias
celosos de los secretos de la selva, dificultaban el acceso.
Arboles frondosos cuidaban de las sombras, pero intrépidos
rayos de sol les iluminaban el camino. Y las lianas.
Columpiarse como niños y volar como pájarillos que se
han arrancado del nido. De pronto, las espactaculares
rompientes bañadas por las olas cuyo rocío les llegaba
hasta su rostro dibujando en sus ojos lágrimas de
fascinación.
Y otra vez leía. "El vaso roto"; "Farewell"; "Reír
llorando" y más...
Era tarde, el ardiente calor de las brazas la envolvió
en dulce sopor y se quedó dormida.
Cuando despertó ya había aclarado, afuera había
niebla; de esa gris que, a veces, hiela el alma.
Se vistió, fue hasta la cocina y le pidió a la tierna
vieja, dueña de la posada, un café humeante y
tostadas con mantequilla.
¿Qué hace por estos lados? Preguntó la vieja.
Vengo a buscar un recuerdo. Sin entender, la
vieja le aconsejó que se abrigara, porque hacía
mucho frío y que quizás el sol alumbraría al
medio día.
Siguiendo el consejo, por el camino de tierra
solo sus ojos estaban descubiertos. Bototos,
gorro de lana, pantalones, chalecos, bufanda y
un poncho; casi le costaba caminar.
¿Cómo estará? Se preguntaba. Se veía poca gente.
La ansiedad la apresaba. Los recuerdos embriagaban
su mente. Así creyó verlo cuando un hombre venía
en sentido contrario. Se detuvo, como petrificada
lo miró fijo... él, extrañado, se dió cuenta de que
ella no era del lugar y le preguntó si buscaba algo.
Confundida, medio avergonzada, murmuró: es que
no me acuerdo dónde esta la copa de agua del pueblo.
Siguió su camino. Entró a la iglesia, fue a la plaza,
recorrió calles tantas veces transitadas en su compañía,
mirando negocitos de pueblo que mostraban curiosidades
de la zona. Llegó hasta los cerros que habían acariciado
en sus paseos.
En todo esto había pasado el día. Infructuoso. Se había
despejado, tal como fue el pronóstico de la dulce vieja.
Ahora estaba cansada, tenía hambre y sed. Entró a un
negocio, uno de esos donde venden de todo. Compró
algo para comer y un jugo para la sed. Resolvió ir a la
playa a refescarse. Allí se sentó en la arena, se sacó los
bototos, se dobló los pantalones, esperando que las olas
jugaran con sus pies.
En eso estaba cuando vió venir a un muchachito de
rizado, largo y desordenado cabello con el que habían
entonado canciones mientras él tocaba su guitarra.
Con la guitarra muda y en silerncio se sentó a su
lado. Por largo rato la miró fijamente y así le contó
todo.