miércoles, 26 de septiembre de 2007

PENSANDO EN DANIELA ( 6 años )

Había una vez un lobito chiquito y
juguetón que salió a pasear en una
tarde muy llena de sol. Se fue al
bosque. Le gustaba andar por esos
caminos marcados por hileras de
añosos árboles. Encontró muchas cosas
hermosas: plantas chiquitas, otras gran-
des, arbustos, enredaderas, lianas, flores
de todos colores, nidos de pajaritos que
piaban esperando su alimento, avecillas
que volaban e iban a posarse en las
copas de los árboles y varios otros ani-
malitos.
Estaba tan contento el lobito que saltaba,
corría y cantaba rondas que había apren-
dido antes. En su caminar por el bosque
pensó en buscar mariposas, pero quería
que fueran de un solo color. Se encontró
con unas blancas y les empezó a contar
de aventuras que tenía con amigos de
otros bosques, y les dijo de los sustos
que pasaba cuando venía un cazador. Me
he escondido muchas veces entre medio
de las hierbas y, también, he corrido
hasta mi casa llamando a mi mamá.
Terminado su relato y ya cansado se
recostó sobre el pasto y se durmió. En
sus sueños vió unas nubes que bajaban
desde el cielo. Extrañas en sus formas
y de brillantes colores. Su sorpresa fue
muy grande cuando en medio de sus
sueños lo rodearon duendecitos invitán-
dolo a jugar. Sintió como que se paraba
de un salto y caía sobre una nube que
parecía estar hecha de espuma. Los
duendes lo siguieron y todos se reían
al saltar sobre las nubes. Así estuvieron
largo rato. Los nuevos amigos tenían
que irse, pero prometieron volver otro
día. Pasaban las horas. Se hacía tarde
y el lobito seguía durmiendo.
De pronto empezó a sentir frío y
despertó. Se incorporó triste, porque
estaba solo y con un poco de susto,
porque había llegado la noche y no
se veía nada. Entonces decidió volver
a su casa. Cuando iba temeroso por el
camino aparecieron las mariposas blancas
que revoloteando a su alrededor lo
acompañaron hasta su destino.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Chitas que tengo suerte pa' algunas
cosas ! Vivo en un sexto piso con
ventanas a la calle. Miro para abajo
y me encuentro, justito bajo la
ventana de mi dormitorio, con dos
ciruelos en flor ; son de un color
rosado intenso. A la hora del cre-
púsculo toman un tono que ni digo
lo maravilloso que es. Pero eso no
es todo. Los rodean otros tres ciruelos
de los mismos. Más allá hay un
durazno en flor también, pero blanco.
Y como si esto fuera poco, corona esta
maravilla un aromo que casi no da
más. Si agrego las palmeritas, el pasto
y los abedules, ya no quiero más.